miércoles, 1 de febrero de 2012

Tania Bruguera: ritos públicos, ritos privados

Plinio Villagrán


Existen siempre numerosas aristas cuando se aborda el “arte político” o lo “político en el arte”. Las ideas o los ideales como originarios de un debate en donde lo ético o lo culturalmente establecido por la institución o la institucionalidad son los causantes de una problemática siempre viva y convulsamente humana. Es importante destacar que esa problematización sobre el fenómeno-objeto del arte a partir de lo político está siempre relacionado a una reacción ante el hartazgo, el abuso y la repulsa que provocan los regímenes dictatoriales, las políticas institucionales y paradójicamente, amparadas en lemas y utopías de colectividad, libertad e inclusión. 

            Separación, amputación, disgregación y diáspora son algunos los resultados más patentes y mediáticamente demostrados de regímenes como los de Nicaragua, Venezuela y Cuba, que al ser abordados por los artistas, hijos directos de esas problemáticas, se convierten en fenómenos artísticos importantes y contundentes, pero al mismo tiempo, en constante riesgo de ser tragados por la misma amenaza de la que ellos escapan y denuncian: la institucionalidad, a saber, el mercado, el museo, las galerías, las bienales. No es que esta estructura de bienestar y legitimación esté mal, es precisamente la conciencia crítica y la renovación frente a esos fenómenos de los cuales es difícil escapar por seductores, lo que debe prevalecer: otra utopía.


            Tania Bruguera (La Habana, Cuba, 1968) es una crítica eficaz ante esos fenómenos de poder y dominación social. Su obra está determinada por una crítica sobre el comportamiento, los fenómenos políticos y las disyuntivas entre la sociedad y el Estado, pues su obra parte de las transgresiones y las tensiones siempre contextualizadas y simbolizadas por un marcado carácter ideológico-social. Todo ello es hilado desde el territorio del performance, una práctica que marca, dibuja y muestra como ningún otro lenguaje, al cuerpo como un ente directamente agredido que ha sido marcado por la historia. Este cuerpo político, cultural y estereotipado constantemente por la sociedad se convierte a través del lenguaje del perfomance en un contundente elemento público-privado. Aún así, el performance ha empezado a declinar como lenguaje pues, como dice la misma Bruguera, ha empezado a perder sus características esenciales y ha sido tragado por el mercado y la institución. 


        Así, cabe preguntarse ¿cuáles son las carencias y las deudas que tiene el performance ante una problemática social actual cada vez más aguda en donde el cuerpo ya es un ente de código nómada, imaginado y virtual? El performance se ha convertido en un lenguaje menos comprometido quizá porque sus recursos han caído en el lugar común, en una tautología inútil llena de simbolismos reciclados. ¿Cómo debería de ser el performance ante la inminencia de la imagen virtual o herramientas como YouTube? No obstante, es notorio que su problemática es menos interesante o atractiva como la pintura, que ha muerto muchas veces, pero su cadáver sigue siendo de una exquisitez casi necrófila. Es posible que el performance esté empezando a perder adeptos. Tania Bruguera toca estos puntos y los pone cuestión. 

            Desde su obra Autosabotaje (2009), Bruguera renueva su convicción personal respecto al performance, y de cómo los artistas se hunden muchas veces en los mares del stablishment y el “éxito” dejando atrás una aparente convicción ética que los hizo problematizar su angustia ante lo políticamente opresor. La obra mencionada consistió en una conferencia-performance en la que la artista se encuentra sentada frente a una mesa leyendo sus reflexiones en torno al arte político y la función de los artistas en el contexto del arte, las instituciones y la sociedad. A su derecha se encuentra colocada en la mesa una caja que contiene una pistola calibre 38 con balas de 9 mm. Durante la primera pausa de su lectura, la artista toma la pistola, le pone una bala, le da una vuelta al tambor como en la ruleta rusa, apunta en dirección a su sien y aprieta el gatillo. Esta acción se realiza en cada una de las dos pausas de la lectura. Al finalizar la conferencia, da paso a las preguntas del público. Para Bruguera, tener una postura política, y partir de ella para hacer arte, debe extenderse y saber de los riesgos que ello conlleva, y no sólo partir de la polémica y la transgresión. Con esta obra, Bruguera se “purifica” y muestra su postura ante el arte a través de un lenguaje que ya lejos de ser polémico, es otro medio más que peligrosamente ha empezado a estetizarse.


            Pero haciendo una regresión hacia la obra inicial de Bruguera, ésta parte de una de-construcción de la obra de su compatriota Ana Mendieta, fallecida a temprana edad de manéra trágica. A partir de la serie performática Homenaje a Ana Mendieta, la obra de Tania Bruguera comenzó a conocerse internacionalmente. Fue un extenso período de de-construcción, mimesis analítica, y término de la obra de la fallecida artista, que se extendió a largo de una década (1988-1997).

            Desde el punto de vista de la práctica artística, Homenaje a Ana Mendieta le permitió a Tania Bruguera consolidar la práctica del performance, asumiendo en él una práctica artística que se consolida en Latinoamérica durante los problemas políticos a partir de la Guerra fría, práctica heredera de los lenguajes europeos y estadounidenses. También, introdujo a Tania Bruguera en aquellos elementos del feminismo, el espiritualismo y el ritual de su natal Cuba. Esos fenómenos simbólicos y sincréticos que darán poco después una determinación crítica a partir de la religión y el Estado, el régimen de Fidel Castro y las emigraciones masivas de cubanos de la isla. Ese arranque violento que experimentaron muchos artistas e intelectuales.

            Desde el ritual, y las prácticas desde lo privado, Bruguera retoma en Lo que me corresponde (1995) su propia casa, en ella divide 5 espacios, los cuales son clasificados por distintas actividades, haciendo que en la obra, partiendo de la arquitectura interior, se establezca un diálogo con lo colectivo social. Con esa exteriorización, Bruguera invita al público a que participe de su espacio. En Destierro, de la serie El silencio del cuerpo (1998), en cambio, es ella, ese cuerpo ritualizado y condicionado el que se muestra desde lo público. En este performance, Bruguera arropa con un traje escultural hecho de barro el cual de lleva de clavos incrustados. La artista evoca a Nkisi Nkonde, la deidad africana que es un mediador en transacciones de índole moral y económica, y toma venganza sobre los que olvidan pagar sus deudas, los clavos representan estas peticiones o promesas que hacen los creyentes. Bruguera hace una evocación política y religiosa sobre la sociedad cubana, colocándose ella como la escultura viviente cuerpo-templo que se muestra y sale a buscar culpables, aquellos que prometieron y que deben de cumplir. Esos clavos como ofrendas de promesa, la escultura viviente y la acción de jugar a ser una deidad sagrada, hacen que esta obra tenga un sentido transgresor ante una sociedad políticamente estructurada como la cubana.


            La obra de Tania Bruguera posibilita ese diálogo participativo, que políticamente concuerda con una problemática cada vez más compleja que va más allá de regímenes autoritarios y opresores. Lo provocador de su obra toca los territorios de la ética, de cómo nos vemos, y podemos seguirle el juego a la falsedad y la hipocresía de una sociedad mediatizada. Somos hijos de la desinformación, de la violencia y del silencio porque la verdad es cada vez más un ente de conveniencia. La acción hecha por Bruguera en la universidad de Colombia, que consistía servir cocaína en bandejas durante una conferencia, da cuenta de cómo la provocación y la ofensa pueden convertirse en factores de diálogo para resolver los problemas o al menos discutirlos. En este punto, la obra de esta artista cobra una relevancia vital y deja de ser un lenguaje performático para ser una reflexión crítica sobre la sociedad; aún así, el arte no resuelve los problemas, sólo hace que reflexionemos sobre los rituales que hemos construido a través de la historia.


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